¿No son acaso algunos contribuyentes para la Inspección, como conejos de indias con que jugar?

A mi juicio, sinceramente sí. De otra forma no se entenderían algunas propuestas de conformidad basadas en suposiciones, conjeturas, presunciones huecas, contestaciones a consultas, meras elucubraciones, extrapolaciones de otros ejercicios o de otros supuestos distintos al que se examina. Y también, rayando en el absurdo y la paranoia, algunas propuestas de aceptación de sanciones sin ni siquiera el intento de la necesaria prueba de su culpabilidad, como si se tratara de un obligatorio peaje, simplemente por pasar por la Inspección, al que siguiera el grosero ofrecimiento de la zanahoria del perdón de parte de su importe.

El momento –julio de 2012- no está ni para juegos, ni para bromas. El empresario, el emprendedor, ese héroe desconocido, que aún mantiene abierto su negocio, necesita hoy más que nunca respeto, sosiego, tranquilidad y no la hostilidad del requerimiento de Hacienda, de la citación para comparecer, del acta y la sanción porque sí. No vayan a entrarle ganas de tirar la toalla con sus trabajadores, sus ilusiones y proyectos, y, seguidamente, a hundirnos –todos- un poco más, con la justificación de las socorridas bolsas de fraude, que nunca se nos dice en qué terminan, cuánto acaba por recaudarse tras su descubrimiento, y cómo quedan de verdad si pasan por los tribunales.

Cuando se nos está anunciando la recuperación a partir de 2014 –tan lejos de lo que el iluminado que nos gobernó se atrevió a soñar-, la recaudación que se espera para poder pagar ya hay que propiciar que, antes que nada, se produzca, se haga realidad, dejando a la gallina poner los huevos antes de matarla.

Pero esto es algo tan sencillo de entender y aplicar que hace falta mucha inteligencia para, al parecer, llegar a comprenderlo por quienes han de tomar las decisiones de hacerlo y también, por otros, la de quedarse en casa y no salir a la calle tras el primer vocero que pase con su trasnochada banderita de plástico al aire.

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